Escondida

El estar de nuevo en Córdoba con alumnos en un viaje de estudios me llena de alegría. Sí, después del paréntesis de la pandemia, vuelvo a estar en «La Docta», apodo de la ciudad como reconocimiento por ser un centro de saber y de cultura. La visita obligada a la Mezquita-Catedral la disfruto especialmente.

También el callejear sin prisas por el centro de la ciudad, donde las culturas árabe, cristiana y judía se entremezclan y dan un aire mágico a la ciudad, me llena de gozo. El grupo de alumnos de este año no es muy numeroso y la dinámica del grupo es muy buena. Además, el tiempo acompaña.

Al día siguiente, bien de mañana, me escapo a compartir la oración de Laudes y la Eucaristía con unos pocos feligreses y la comunidad de monjas de clausura que se encuentra a escasos metros de la Mezquita-Catedral. La ciudad duerme todavía, pero el sol empieza a despertarse y los primeros trabajadores se dejan ver. En dos horas, el bullicio y los turistas llenarán estas callejuelas. ¡Qué contraste tan bonito! La comunidad de monjas que acompaña en silencio y en oración la vida de tantas personas que están de paso por esta ciudad o viven en ella. La comunidad de monjas que vive escondida entre nosotros.

Dignidad humana

Y pensar en la comunidad escondida de monjas me hace pensar en tantas realidades que nos rodean y que no vemos, y que, a menudo, desconocemos en su alcance y su profundidad. Y una de estas realidades es, sin duda, la dignidad humana.

Aunque el concepto de dignidad humana se ha intentado visibilizar especialmente desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos (10 de diciembre de 1948) por la Asamblea General de las Naciones Unidas, después de la Segunda Guerra Mundial, es de agradecer que la Iglesia haya publicado la Declaración Dignitas infinita sobre la dignidad humana (2 de abril de 2024). Como la fe no puede separarse de la defensa de la dignidad humana, ni la evangelización de la promoción de una vida digna, ni la espiritualidad del compromiso por la dignidad de todos los seres humanos, la Iglesia, ante las graves y actuales violaciones de la dignidad humana, da la cara con esta declaración.

Encuentro muy acertados los matices introducidos respecto al concepto de dignidad humana con una cuádruple distinción:

  • En primer lugar, el documento habla de una dignidad ontológica, que es intrínseca a cada persona por el mero hecho de existir y haber sido querida, creada y amada por Dios; es decir, no puede ser ni conferida ni retirada, ya que tiene una validez permanente.

  • También se habla de una dignidad moral, donde entra en juego la libertad humana. La persona, aunque dotada de conciencia, puede actuar contra ella; es decir, actuar de un modo «no digno» de su naturaleza de criatura amada por Dios y también llamada a amar a los otros.

  • La dignidad social, por su parte, focaliza su atención en las condiciones en las que vive una persona. Así pues, una persona que vive en la extrema pobreza lleva una «vida indigna», porque su dignidad inalienable se contradice con la situación en la que vive.

  • Por último, la dignidad existencial se centra más en la situación vital concreta de la persona (enfermedad, adicciones, contexto familiar violento), que puede provocarle una «vida indigna», ya que le resulta difícil vivir con paz, alegría y esperanza.

Reconocer

La defensa de la dignidad del ser humano se fundamenta en las exigencias constitutivas de la naturaleza humana, que no dependen ni de la arbitrariedad individual ni del reconocimiento social. Reconocer el carácter relacional de la persona ayuda a superar la perspectiva reductiva de una libertad autorreferencial e individualista y, por tanto, a descubrir en la dignidad humana también la capacidad de asumir obligaciones hacia los otros.

Así mismo, este carácter relacional nos impulsa a buscar y cuidar la relación con nuestro Creador. Reconocer nuestra propia naturaleza y la presencia de Dios entre nosotros nos ayuda a entender mejor la profundidad y la grandeza de la dignidad humana.

La dignidad humana, la dignidad de cada persona, escondida, pero real; escondida, pero sagrada.

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