Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Proseguimos las catequesis sobre los vicios y las virtudes, y hoy vamos a hablar de la avaricia, es decir, aquella forma de apego al dinero que impide al ser humano ser generoso.

No es un pecado que concierne solamente a las personas que poseen ingentes patrimonios, sino un vicio transversal que a menudo no tiene nada que ver con el saldo de la cuenta corriente. Es una enfermedad del corazón, no de la cartera.

Los análisis que hicieron los Padres del desierto sobre este mal sacaron a la luz que la avaricia podía apoderarse también de los monjes, quienes, tras haber renunciado a enormes herencias, en la soledad de su celda se habían atado a objetos de poco valor: no los prestaban, no los compartían y aún menos estaban dispuestos a regalarlos. Un apego a pequeñas cosas que quita la libertad. Esos objetos se volvían para ellos una especie de fetiche del que era imposible desprenderse.

Una forma de regresión a la fase de los niños que agarran un juguete repitiendo: «¡Es mío! ¡Es mío!». En esta afirmación se esconde una relación enfermiza con la realidad, que puede desembocar en formas de acaparamiento compulsivo o acumulación patológica.

Para recuperarse de esta enfermedad, los monjes proponían un método drástico pero muy eficaz: la meditación sobre la muerte. Por mucho que una persona acumule bienes en este mundo, de una cosa estamos absolutamente seguros: de que no cabrán en el ataúd.

Nosotros no podemos llevarnos los bienes. Aquí se revela la insensatez de este vicio. El vínculo de posesión que construimos con las cosas es solo aparente, porque no somos los amos del mundo: «Esta tierra que amamos no es en verdad nuestra, y nos movemos por ella como extranjeros y peregrinos…» (cf. Lv 25, 23). Estas simples consideraciones nos hacen intuir la locura de la avaricia, pero también su razón más recóndita. Es un tentativo de exorcizar el miedo a la muerte: busca seguridades que en realidad se desmoronan en el mismo momento en el que las agarramos.

Recuerden la parábola del hombre necio, cuyo campo había ofrecido una cosecha abundante, y por eso se adormece pensando en cómo agrandar sus almacenes para meter toda la cosecha. Ese hombre había calculado todo, había planeado el futuro. Sin embargo, no había considerado la variable más segura de la vida: la muerte. «Necio», dice el Evangelio, «esta misma noche te será demandada tu vida. Y las cosas que preparaste, ¿para quién serán?» (Lc 12, 20). En otros casos, son los ladrones quienes nos prestan este servicio. Incluso en los Evangelios aparecen muchas veces, y aunque sus acciones son censurables, pueden convertirse en una advertencia saludable.

Así predica Jesús en el Sermón de la montaña: «No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban» (Mt 6, 19-20). Siempre en los relatos de los Padres del desierto, se cuenta la historia de un ladrón que sorprende al monje mientras duerme y le roba los pocos bienes que guardaba en su celda. Cuando despierta, el monje, nada turbado por el incidente, se pone tras la pista del ladrón y, cuando lo encuentra, en lugar de reclamar los bienes robados, le entrega las pocas cosas que le quedaban diciéndole: «¡Te olvidaste de llevarte esto!».

Nosotros, hermanos y hermanas, podemos ser señores de los bienes que poseemos, pero a menudo ocurre lo contrario: al final, ellos nos poseen. Algunos hombres ricos no son libres, ni siquiera tienen tiempo para descansar, tienen que cubrirse las espaldas porque la acumulación de bienes exige también su custodia. Están siempre angustiados, porque un patrimonio se construye con mucho sudor, pero puede desaparecer en un momento.

Olvidan la predicación evangélica, que no afirma que las riquezas sean en sí mismas un pecado, pero sí que son ciertamente una responsabilidad. Dios no es pobre: es el Señor de todo, pero —escribe san Pablo— «siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8, 9).

Eso es lo que el avaro no comprende. Podría haber sido causa de bendición para muchos, pero en lugar de eso, se metió en el callejón sin salida de la infelicidad. Y la vida del avaro es fea: yo me acuerdo del caso de un señor que conocí en la otra diócesis, un hombre muy rico que tenía la mamá enferma. Estaba casado. Y los hermanos se turnaban para cuidar a la mamá, darle la otra mitad por la tarde y ahorrar medio yogur.

Así es la avaricia, así es el apego a los bienes. Entonces murió este señor, y los comentarios de la gente que acudió al velatorio fueron estos: «Se nota que este hombre no lleva consigo nada: dejó todo…». Y luego, burlándose un poco, decían: «No, no, no pudieron cerrar el ataúd porque quería llevarse todo». Y esto, de la avaricia, hace reír a los demás: que al final hay que entregar nuestro cuerpo y nuestra alma al Señor, y hay que dejarlo todo. ¡Tengamos cuidado! Y seamos generosos, generosos con todos y generosos con los que más nos necesitan.

Gracias.

Aula Pablo VI
Miércoles, 24 de enero de 2024

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Su rutina diaria académica se ha basado en aplicar técnicas personalizadas de estudio que se adaptan mejor a su tipología de aprendizaje a partir de la experiencia que le han transmitido sus profesores y profesoras. Todo ello, manteniendo su vida social con las amistades y compartiendo tanto momentos de estudio como de ocio con ellos. La preferencia por las materias del ámbito lingüístico no le ha hecho disminuir su interés por las de ciencias. Esta fascinación provino de la motivación de una profesora, tutora suya, que le inspiró para trabajar en el campo de la investigación de este ámbito.

Un aspecto que quiso transmitir fue la tendencia a la autoexigencia que suelen imponerse este tipo de alumnado y que puede llevar a un estrés desproporcionado. Agradece los consejos, la asistencia y la atención que le prestó Mariló Rodríguez, sobre este punto, porque le ayudó a canalizarla y consiguió transformarla en impulsora de motivación positiva. Se trazó unos objetivos de futuro que le hicieron ilusionarse con los estudios que estaba cursando y los venideros. Reconoce que el soporte del gabinete pedagógico del centro fue decisivo, porque le ayudó a adquirir técnicas y aprendió a sobrellevar este proceso.

Las actividades extraescolares que realizaba le ayudan a conducir esta tensión. La importancia de practicar deporte, salir con los amigos o realizar actividades que atraigan, en su caso, se materializaron en asistir al gimnasio, combinándolo con la colaboración en las clases de catequesis del centro y las actividades de ocio con sus amistades. Considera imprescindible mantener estos elementos que han contribuido siempre a mantener el bienestar emocional necesario.

A su entorno más cercano, la familia, les reconoce que han sido un pilar básico. Sin ellos, no sería lo que ha conseguido ser hoy en día. El pasar tiempo con su familia le proporciona una estabilidad y un bienestar supremo. Sobre estos fundamentos «Manyanet, educación y familia» trabajamos conjuntamente. Destacó la calidad de las amistades, que logró forjar en nuestro colegio y que mantiene en la actualidad, a pesar de haberse trasladado a otra provincia a estudiar. El liderazgo en los colegios no solo lo asienta en el profesorado, sino que lo compartimos con todos los miembros que forman nuestra comunidad educativa.

Sobre los aspectos que él cambiaría de nuestro sistema educativo, nos explica que no cambiaría nada porque todo complementa. Quizás no a nivel inmediato, pero sí en la carrera de fondo que es la escolarización de cada uno. A las nuevas generaciones de estudiantes de bachillerato les invita a no dejar de creer en sí mismos, a que compartan aspiraciones que no sean solamente académicas, y a que den el máximo de sí mismos buscando su propia excelencia sin compararse con los demás. Les exhorta a organizarse bien su día a día para poder llegar a todo.

La madurez que posee le ha permitido disfrutar de una experiencia académica nueva, lejos de su familia, con una ilusión desbordante. Y explicando que es una oportunidad que tiene de entrar en contacto con una diversidad de perfiles que le permite crear nuevos vínculos. Aunque es originario de Reus, también reconoce que le ha robado el corazón la ciudad de Barcelona. Su visión futura profesional como investigador lingüístico sobre la gramática, la sintaxis y la aplicación del contexto lingüístico en el mundo educativo lo hacen definirse por sí solo como líder. Rubén es un ejemplo de la muestra de nues tro alumnado en los colegios Manyanet. En todos nuestros centros, encontramos algún Rubén. No me gustaría despedir este artículo, sin citar la extraordinaria tarea que realizan nuestros docentes diariamente y que han ayudado a conseguir otros logros en las diferentes escuelas.

Otros ejemplos a destacar de nuestros centros son: Esteban del Campo Sierra, del colegio Manyanet Sant Andreu de Barcelona, ha sido el ganador de la tercera edición del Premio Europa Jove convocado por la Representación de la Comisión Europea de Barcelona y la Fundación Catalunya Europa. Su trabajo de investigación titulado «El proyecto europeo y su necesitad de transformación» fue el mejor valorado por el jurado por la idoneidad del tema y la calidad de la investigación, que fue rematada con un excelente nivel de análisis.

El alumno, David García Castro, de nuestro colegio de Alcobendas, terminó en la EVAU y consiguió la tercera mejor nota de la Comunidad Autónoma de Madrid. También colabora con nuestros grupos juveniles. Actualmente, está estudiando Matemáticas en la UAM.

En Manyanet Les Corts, se obtuvieron cinco menciones en las pruebas PAU de acceso a la universidad, el curso pasado. Nuestro carácter propio actúa como substrato para que el alumnado aprenda a vivir en la sociedad que les corresponda, construyendo ideales personales y sociales en los que creemos para conseguir una vida más justa y solidaria.

Gracias a todo nuestro alumnado, que son los motores de inspiración para toda nuestra comunidad educativa. Esperamos que esta entrevista motive a muchos otros estudiantes a esforzarse por sus sueños y metas. ¡Os deseamos lo mejor en todos tus futuros proyectos!

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