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El Jubileo 2025: Año de gracia del Señor

El Jubileo es un año en el que el cristiano está llamado a tomar conciencia de que el mal que ha hecho no termina con él, sino que recorre la historia, la humanidad entera, introduciendo en ella la muerte social, civil, religiosa, política, económica, familiar y eclesial.

Somos muy conscientes de que incluso un solo deseo, un solo pensamiento, una decisión mala, insensata, tonta, perversa, es causa de un hundimiento que lleva al alejamiento de la gracia.

A todos sus hijos, que prometen enmendar su vida rompiendo con el pecado, incluso venial, la Iglesia les concede la remisión de todas las penas debidas por cada falta cometida. La intención debe ser de verdadera y real enmienda de vida.

El cristiano acepta regenerarse en Cristo, renovarse, vivir como su verdadero cuerpo, en el Espíritu Santo, y la Iglesia le concede primero el perdón de la culpa de los pecados, mediante el sacramen to de la penitencia; después, mediante la celebración del Jubileo, le concede la remisión de las penas. Es un verdadero renacimiento, una renovación total de la voluntad, del corazón, de la mente, del cuerpo, de los deseos, del alma, del espíritu.

Con profunda convicción y firme resolución, se decide pensar como Cristo, vivir como Él (cf. Pablo VI, Indulgentiarum Doctrina). «La esperanza no defrauda» (Rom 5, 5), es una esperanza que es misericordia, porque como nos recuerda siempre san Pablo en 1 Cor, cada célula del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, ha recibido un carisma particular, un don del Espíritu Santo en beneficio de todo el cuerpo.

Esto es misericordia: dar los frutos de nuestro carisma no solo cuando celebramos un Jubileo, sino cada día, cada hora, cada minuto de nuestra existencia. Semillas y frutos de misericordia dependen de que cada cristiano sea consciente de que es sacramento de la misericordia de Cristo, y para ello es necesario que transforme en misericordia pensamientos, voluntades, deseos, decisiones, obras, incluso las más sencillas y aparentemente insignificantes.

Esto es misericordia: dar los frutos de nuestro carisma no solo cuando celebramos un Jubileo, sino cada día, cada hora, cada minuto de nuestra existencia

Es el cristiano el sacramento de Cristo para la redención y salvación de todo otro hombre, mediante una conciencia siempre vivificada. Es como la antigua lámpara de aceite. La luz era fruto del aceite que ardía a través de una mecha. Al cabo de unas horas, el aceite se agotaba y había que añadir inmediatamente más aceite. Sin adición, se apagaba, se apagaba. Nuestro aceite es el Espíritu Santo. Si el Espíritu Santo acompaña nuestro crecimiento, en luz, verdad, sabiduría, justicia, templanza, fortaleza, prudencia, nuestra conciencia se dejará mover por Él y el fruto será siempre bueno. Si, por el contrario, nos dejamos vencer por el pecado venial y luego por el pecado mortal, nuestra conciencia se vuelve laxa, se adormece, se apa ga, no se producirán frutos ni de verdad ni de justicia: es necesario, por tanto, que volvamos primero a la justicia y luego vivamos la misericordia. El Jubileo debe ser la ocasión y el camino para reavivar la conciencia de cada hermano, reavivando la propia con un crecimiento decidido e ininterrumpido: solo así seremos «signos de esperanza», como nos ha recordado el papa Francisco: «Spes non confundit».

RENIEL ALÍ RAMÍREZ HERRERA, SF

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