Queridas familias...

“Fratelli tutti-Todos hermanos. Sobre la fraternidad y la amistad social”

El Papa Francisco nos ha escrito de nuevo y nos pide que le escuchemos. No se trata de una Carta sino de una Encíclica, su tercera, que es el documento de mayor rango en el Magisterio de los papas.  Y la verdad es que no nos dice nada nuevo sino lo que nos ha recordado muchas veces, pero ahora “organizado” y ofrecido como referente de la doctrina social de la Iglesia. Como un gesto, claramente intencional y en línea con la marcada universalidad del texto, el Papa la firmó no en el Vaticano, como es habitual en estos documentos, sino en Asís, ante la tumba de S. Francisco, de quien toma el título la encíclica.

El Papa se dirige a todas las personas de buena voluntad; no cierra las puertas a nadie en un intento de restaurar la conciencia de la humanidad, de elevar la mirada e ir más allá de los problemas morales, sociales o políticos de nuestros días a los que hace referencia en las primeras páginas. Reconociendo las dificultades, ofrece “soluciones” inspiradas en la enseñanza de Jesús y en los valores compartidos por quienes buscan y abren su corazón a Dios y a los hermanos. Y todo ello con un lenguaje claro e inteligible para todos. Por esta razón, me limito a subrayar, con sus palabras, algunos puntos significativos que puedan animar a la lectura completa del documento.

Nadie se salva solo

Cuando el papa Francisco estaba preparando esta encíclica estalló la pandemia en todo el mundo. Este hecho no solo no interrumpió sus reflexiones, sino que, de algún modo, las apuntaló: “La emergencia sanitaria mundial ha servido para demostrar que nadie se salva solo y que ha llegado el momento de que soñemos como una única humanidad en la que somos todos hermanos”. La “tempestad” del Covid-19, que sigue acechando con fuerza nuestras vidas, desenmascara la vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas seguridades con las que construimos nuestras agendas, proyectos, prioridades… esta constatación seguimos experimentándola hoy día, tras meses de confinamiento y futuro incierto.

El papa Francisco se mantiene en la línea, expresada ya desde sus primeros discursos, de pedir una Iglesia “hospital de campaña”, con las puertas abiertas para la acogida de todos, que no renuncia por ello a su identidad más profunda, sino que la afirma invitando a todos a recuperar la conciencia que nos permita caminar hacia una humanidad más fraterna y solidaria. En el fondo es un claro rechazo, tantas veces proclamado, a la cultura de los muros que, pretendiendo proteger, separan y distancian a las personas y los pueblos, promoviendo el individualismo frente a la fraternidad. Es necesario trabajar a favor de una conciencia social, de un compromiso en favor de la acogida y de la protección del más débil. Debemos construir un mundo de hermanos que se quieren y acogen, no de “socios que se agrupan por intereses”.

. “El individualismo no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad”.

El amor construye puentes

Tras el análisis de los aspectos más significativos y destacables de la realidad actual, la encíclica responde con un ejemplo luminoso, un presagio de esperanza: el del Buen Samaritano que encuentra “un extraño en su camino” y se para, sin prejuicios, para ayudarle (cfr. Lc 10, 25-37). Todos estamos llamados a estar cerca del otro, superando prejuicios, barreras culturales, intereses personales. De hecho, todos somos corresponsables en la construcción de una sociedad que sepa acoger, integrar, levantar a los que están caídos en el camino de la vida.  El amor construye puentes y estamos “hechos para el amor”, para reconocer el rostro de Cristo en la persona.

Nuestra vocación es universal y es posible rehacer los vínculos sociales más allá de las diferencias legítimas. Para ello, es necesario salir de nosotros mismos, abrirnos al prójimo según el dinamismo propio de la caridad.  La existencia de cada uno está ligada a la de los demás pues “la vida no es tiempo que pasa sino tiempo de encuentro”. La estatura moral de una persona se mide por su capacidad de buscar lo mejor para la vida de los demás, lejos de toda forma de egoísmo.  Esta capacidad de encuentro es enriquecedora para cada persona y para cada sociedad y conduce a reafirmar con fuerza el “no a la globalización de la indiferencia o a la guerra”.

. “Una sociedad fraternal será aquella que promueva la educación para el diálogo con el fin de derrotar al “virus del individualismo radical” y permitir que todos den lo mejor de sí mismos”.

El milagro de la bondad

La vida es el “arte del encuentro” con todos, incluso aquellos que están en las periferias de la historia y del poder; de todos podemos aprender; “nadie es inservible”. El verdadero diálogo, en efecto, es el que permite respetar el punto de vista del otro, sus intereses legítimos y, sobre todo, la verdad de la dignidad humana. Por ello, es necesario mantener principios universales y normas morales que prohíban el mal intrínseco, que recuerden los fundamentos del bien, que impidan que las leyes sean solo imposiciones arbitrarias de quienes tienen el poder.

Para ello son importantes los medios que han de promover el encuentro, la cercanía, pero, sobre todo, se ha de realizar “el milagro de la persona amable”, una actitud que debe ser recuperada porque es “una estrella en medio de la oscuridad” y una liberación de esa crueldad que a veces penetra en las relaciones humanas. Una persona amable, escribe el Papa, “crea una sana convivencia y abre el camino donde la exasperación destruye los puentes”.

“Pero de vez en cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia”.

Soñar juntos

Todo el texto recuerda que es necesario buscar puntos de contacto, trabajar unidos, luchar juntos para alcanzar más adecuadamente la verdad o, al menos, para acercarse a ella, tanto a nivel local como universal.  El relativismo que nos rodea lleva a la interpretación de los valores por parte de los poderosos según las conveniencias de cada momento. La verdad que es Jesús y su Buena Noticia nos invita, no a imponer, sino a ofrecer a todos, una palabra de esperanza que pasa por la capacidad de reconocer al otro “como hermano”; a descubrir el rostro de Cristo en todas las personas, especialmente los excluidos; a seguir creyendo, trabajando, educando y soñando por un mundo mejor.

En este sueño, las familias y los educadores, así como los responsables políticos y culturales, tienen la enorme responsabilidad de favorecer ámbitos y espacios para transmitir los valores de la fraternidad, el respeto, la convivencia pacífica y el cuidado del otro. Y, de modo particular, las familias no pueden renunciar a la transmisión de la fe y de los valores religiosos y morales, así como los arraigados en la más sana tradición, que nos dan el fundamento necesario para afrontar con realismo la vida, sin perder la esperanza de un futuro mejor.

“Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, que podamos hacer renacer entre todos, un deseo mundial de hermandad. (…) Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos!”

J. D. A.

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