J.D.A – Tras la celebración del conclave, ha sido elegido el papa León XIV, 267º sucesor de san Pedro. Ya desde el inicio, el saludo desde la logia de san Pedro el 8 de mayo de 2025, ha mostrado, como es normal, su «perfil propio» y ha señalado algunas de las líneas que seguramente marcarán su pontificado: su apelo a la paz en el mundo ha resonado con fuerza y también su llamada al diálogo, a construir puentes que faciliten el entendimiento, a mantener una actitud samaritana con todos, especialmente con los más necesitados. Y, todo ello, desde la unidad («unidos de la mano de Dios y entre nosotros vayamos hacia delante») y la total confianza en Dios: «El mal no prevalecerá». No hay unidad sin referencia a Cristo, ni sin una comunidad reconciliada. Es fundamental promover la comunión en la Iglesia, la disposición a caminar juntos en estos tiempos en que nos toca vivir.
El Santo Padre, al igual que el papa Francisco, es religioso, en su caso, de la orden de san Agustín, en donde ha desempeñado diferentes responsabilidades, desde la formación a la actividad misionera y episcopal en Perú, pasando por el servicio de Prior General de la Orden. El nombre elegido le pone en clara continuidad con el pontificado de León XIII que marcó una época: cambió la actitud de la Iglesia con la modernidad, la revolución industrial, el mundo obrero; subrayó la devoción a la Sagrada Familia (nosotros, como Hijos de la Sagrada Familia no podemos sino recordar el Breve «Neminen fugit» del 14.6.1892, donde expuso los fundamentos teológicos y la importancia de la devoción a la Sagrada Familia a nivel religioso y social) y a san José, pidiendo a los hogares cristianos que se consagraran a la Sagrada Familia de Nazaret («ejemplo perfectísimo de la sociedad doméstica, al mismo tiempo que modelo de toda virtud y de toda santidad»); además de su esfuerzo por desarrollar la doctrina social de la Iglesia y la unidad de la misma.
En esta línea, hoy es necesario responder desde la centralidad de Cristo y la propuesta clara del Evangelio a nuestro mundo, que se presenta en toda su complejidad como el desafío de una nueva época. De hecho, la idea de afrontar una nueva época se sitúa también en la tradición agustina. San Agustín fue un hombre que, tras su conversión, trató de ofrecer una respuesta teológica ante la crisis de civilización que vivía. La caída del imperio romano abría perspectivas nuevas a las que era necesario responder con clarividencia desde una clara propuesta cristiana, la búsqueda incesante de la unidad y el amor apasionado por la verdad.
Bien conocida es la frase de san Agustín: «En lo esencial, unidad; en la duda, libertad; y en todo, amor». En una entrevista de 2023, hablando sobre las características de un buen obispo, subrayaba la dimensión espiritual de la vida y la convicción de que: «Ser un buen pastor significa poder caminar junto al pueblo de Dios y vivir cerca de él, no estar aislado». Y en el saludo de la Logia de san Pedro recordó, con san Agustín: «Con vosotros soy cristiano y para vosotros obispo. En ese sentido, podemos caminar todos juntos hacia la patria que Dios nos ha preparado».
Desde su primera homilía como Pontífice, ha dejado claro que «la misión es urgente», especialmente en un contexto cultural que margina la fe o la ridiculiza. «Hoy también son muchos los contextos en los que la fe cristiana se retiene un absurdo, algo para personas débiles y poco inteligentes». El Papa alertó sobre las nuevas seguridades que ofrecen un sentido ilusorio de estabilidad: «la tecnología, el dinero, el éxito, el poder o el placer», a las que definió como «refugios vacíos». Y en esos escenarios, advirtió, no solo se silencia el mensaje del Evangelio, sino que se desprecia a quienes aún lo viven con coherencia: «se les soporta y compadece». Por eso, insistió, la misión no puede aplazarse ni diluirse. Para León XIV, solo el anuncio del Evangelio puede devolver sentido a un mundo fragmentado por «la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la violación de la dignidad de la persona […] la crisis de la familia y tantas heridas más».
El P. Alejandro Moral, actual prior general y buen amigo del Papa, recuerda que «él (el Papa) varias veces ha dicho que la Iglesia está para ser luz; no para decir que es mejor que nadie, sino para ayudar al mundo a encontrar a Dios». Y, a la pregunta acerca de si para el Papa será importante la pastoral familiar, responde: «Más de una vez hemos hablado de que se pudieran abrir en los colegios de la Orden un gabinete o espacio específico para las familias, porque atendemos muy bien a los niños, pero muchas veces dejamos de lado a los padres, que necesitan ser escuchados. Hacen falta espacios en la Iglesia donde los padres puedan encontrar a alguien dispuesto a escucharles, hablar con ellos, acompañarlos. Yo creo que la familia va a ser un punto importante para él».
El Papa tiene una sólida formación multidisciplinar. Siendo obispo, y hablando del papel de la universidad católica en un discurso del año 2016, subrayó: «Nosotros, que queremos caminar por el sendero que nos propone la Iglesia […] como universidad católica, hemos de ser un verdadero centro de estudios superiores en donde se integren armónicamente el saber profesional, la investigación científica y la fe. Estas tres dimensiones de nuestro quehacer pedagógico y formativo están llamadas a constituir una auténtica síntesis integral, como fruto del diálogo y del respeto intelectual, y no de la coacción o la imposición irracional», proclamó «cómo la fe y la razón van armónicamente encaminadas a la verdad, que se propone a continuación cómo […] la presencia del pensamiento cristiano en el empeño de promover la cultura superior, debe hacerse pública, estable y universal, posibilitando a los alumnos una formación que les haga hombres prestigiosos por su doctrina, preparados para el desempeño de las funciones más importantes en la sociedad y testigos de la fe en el mundo».
El papa León XIV muestra que la Iglesia ha de estar atenta a las novedades que surgen y a toda aquella innovación que tenga implicaciones éticas para discernir a la luz del Evangelio. La Iglesia tiene que ser «faro que ilumina las noches del mundo» y ha de hacerlo desde la centralidad de Jesús Salvador, ofreciendo el testimonio gozoso de la fe. A menudo nos preocupamos por enseñar la doctrina, el modo de vivir nuestra fe, pero corremos el riesgo de olvidarnos que nuestra primera tarea es enseñar lo que significa conocer a Jesucristo y dar testimonio de nuestra cercanía al Señor. Esto es lo primero: comunicar la belleza de la fe, la belleza y la alegría de conocer a Jesús.
Dirigiéndose al cuerpo diplomático acreditado en la Santa Sede destacó la defensa de la paz basada en la justicia y superación de las grandes desigualdades; de la familia «formada por la unión estable y duradera de un hombre y una mujer» y de la verdad, recordando que la Iglesia no puede nunca eximirse de decir la verdad sobre el hombre y el mundo con un lenguaje franco, aunque esto pueda suscitar algún tipo de incomprensión, sin olvidar que la «verdad es Cristo» no una idea.
En la Misa de inicio de su ministerio celebrada en la plaza de san Pedro el día 18 del pasado mes de mayo, proclamó, al finalizar su reflexión: «Hermanos, hermanas, ¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio… Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad».
Una clara llamada al amor y a la unidad para superar las heridas del odio, la discordia, la injusticia…, ha resonado en la plaza de san Pedro, invitándonos a todos a ser «piedras vivas» en la construcción del Reino, siendo capaces de «custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy