Ha iniciado el Año Santo 2025 con una apremiante llamada del papa Francisco a la esperanza. Toda la Bula de Convocación del Jubileo gira en torno a esta virtud teologal con el deseo expreso de que «a cuantos lean esta carta, la esperanza les colme el corazón». «Todos esperan —afirma el Papa—.
Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad.
Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza. La Palabra de Dios nos ayuda a encontrar sus razones. Dejémonos conducir por lo que el apóstol Pablo escribió precisamente a los cristianos de Roma: «Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Por Él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por Él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. […]. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5, 12.5).
A pesar de las muchas situaciones dramáticas que sufren tantas personas, el Papa señala unos «signos de esperanza» en el momento presente, que desea se traduzcan en realidad: paz para el mundo, la apertura a la vida con una maternidad y paternidad responsables, una alianza social para la esperanza, para los enfermos que están en sus casas o en los hospitales, para los jóvenes, los migrantes, exiliados, desplazados y refugiados, los ancianos, los pobres…
Y en ocasión de cumplirse 1700 años de la celebración del primer Concilio ecuménico de Nicea, hace una invitación a todas las Iglesias y comunidades eclesiales a seguir avanzando en el camino hacia la unidad visible, «anclados en la esperanza», que es Jesús. Y es la virtud teologal de la esperanza la que señala la orientación, indica la dirección y la finalidad de la existencia cristiana: la vida eterna como felicidad nuestra.
«El testimonio más convincente de esta esperanza —añade el Papa— nos lo ofrecen los mártires, que, firmes en la fe en Cristo resucitado, supieron renunciar a la vida terrena con tal de no traicionar a su Señor. Ellos están presentes en todas las épocas y son numerosos, quizás más que nunca en nuestros días, como confesores de la vida que no tiene fin. Necesitamos conservar su testimonio para hacer fecunda nuestra esperanza. Estos mártires, pertenecientes a las diversas tradiciones cristianas, son también semillas de unidad porque expresan el ecumenismo de la sangre.
Durante el Jubileo, por lo tanto, mi vivo deseo es que haya una celebración ecuménica donde se ponga de manifiesto la riqueza del testimonio de estos mártires». Los «beatos mártires Jaime Puig y compañeros, mártires por la familia», son testimonios y semillas de esperanza para la vivencia cristiana del sacramento del matrimonio y de la familia como santuario del amor y de la vida