JULIO GONZALEZ, SF- La calidad y la credibilidad de los contenidos digitales están siempre asociadas al conocimiento, experiencia, objetividad y credibilidad de quien los publica. Los contenidos digitales no tienen por qué ser mejores o peores que los contenidos publicados en papel o en otras formas de edición; sin embargo, el uso masivo de las redes sociales, utilizadas a menudo como canales de información, ha multiplicado los bulos, las fake news o noticias falsas.
La democratización de la información
Esta expresión, democratización de la información, se utiliza para manifestar el derecho que todos tenemos a estar informados y a informar de la manera y cuando uno considere más conveniente. Muy pocos son contrarios a este derecho en sociedades abiertas que admiten la diversidad y pluralidad; solamente quienes desconfían o temen el uso que se puede hacer de la información, se oponen a este derecho o lo condicionan.
Ahora bien, ¿la democratización de la información se reduce a pedir la libertad para estar informados e informar? No. Veamos, entonces, qué pretende. La democratización de los contenidos digitales persigue que la ciudadanía, desde el profesional más destacado hasta el alumno con capacidad para procesar información, tenga acceso a ella y pueda a su vez informar, sin restricción alguna, sobre los temas y asuntos que nos afectan; de esta manera, nuestras experiencias y el relato que construimos con ellas tienen la posibilidad de ser comunicadas a gran escala.

Los influencers en el centro de la información
En la sociedad estadounidense actual se escucha a menudo: «Lo más importante no es la información, sino cómo es percibida por el público; lo que percibimos es lo que construye la realidad»; de ahí, que los mejores comunicadores no son quienes más saben del tema que se está tratando, sino los que mejor comunican y atraen público, clientes y consumidores.
Hablamos de influencers con una gran habilidad para despertar el interés de una multitud que hace de ellos auténticos gurús (utilizo esta palabra en su acepción negativa: líder cuya prioridad no consiste en informar a su público, sino en mantenerlo en una situación de dependencia emocional en torno a las ideas que promueve). En otros regímenes, como el ruso, el chino y el norcoreano, las restricciones y manipulación a que se somete la información son aún más extremas, pero no los incluyo aquí porque «democratización», «libertad de prensa» y «derecho a estar informados y a informar» no son términos que se les puedan aplicar.
Calidad y credibilidad
La democratización de la información se ha acelerado con las redes sociales, usadas a menudo como canales de información. La evidencia salta a la vista en blogs que arremeten contra las empresas de la comunicación, acusándolas de estar al servicio de intereses ocultos.
Esto, que debería ser un aviso para los mass media: es preocupante cuando los críticos se erigen en una alternativa con rasgos sectarios donde la manipulación de la información es igual o más escandalosa que la que ellos denigran. La democratización de la información afecta, por tanto, a una ya maltrecha credibilidad de los contenidos digitales.
¿Por qué? Porque lo que se prioriza es que la información fluya sin filtro de ningún tipo. Que sea verdadera o falsa parece no tener importancia, hasta que nosotros mismos somos víctimas de ella. «Democratizar» la información pone el acento en que esta se someta al arbitrio de la ciudadanía cuando el acento debería ponerse en que sea veraz y de calidad. «Democratizar» quiere decir que lo que la ciudadanía piensa, dice, escribe y lee, es considerado información en estado puro.
Este criterio, en realidad, es irrelevante para validar los contenidos digitales porque la veracidad de la información no depende del relato que construimos y del número de personas que están de acuerdo con nosotros. Para un profesional de la comunicación, hablar de «democratizar la información» es un ejemplo claro de «la confusión a la que estamos expuestos, aunque hay que reconocer que el producto que queremos que circule por la red queda bien etiquetado con estas palabras.
La calidad y veracidad de la información no dependen del número de personas que leen, escuchan, y responden apasionadamente a lo que decimos. Hoy parece que lo más importante es el relato que se construye en torno a los hechos y lo que da relevancia a la noticia es que diga lo que la mayoría piensa o que alimente las ideas del grupo para el que se ha escrito la noticia».
¿Comunicadores o activistas?
Hay comunicadores que actúan como activistas cuya finalidad es transmitir información a partir de su versión de los hechos, tratando a quienes les contradicen como enemigos. Es cierto que cada uno de nosotros tiene derecho a que su relato sea escuchado, pero esto no nos da derecho a manipular la narrativa de los hechos de la manera que nos conviene.

Esta perspectiva puede sorprender a muchos porque hacemos valoraciones que dependen simplemente de nuestro modo de pensar; sin embargo, «mi modo de pensar» no es un justificante de la calidad de los contenidos digitales que cuelgo en la red. Una cosa es defender la libertad de informar, y otra, pretender que eso mismo justifique la validez de mi relato.
Polarización y educación
La llamada «democratización de la información» ha contribuido a dificultar que nos pongamos de acuerdo en cuestiones que son esenciales para nuestra convivencia porque cada uno de nosotros tiende a pensar que la verdad es como «yo la veo y la ven los que piensan como yo».
Y cuando parecía que esta manera de vivir en libertad podía contribuir a mejorar nuestra convivencia, nos empezamos a dar cuenta de que imposibilita que nos pongamos de acuerdo en temas que nos afectan a todos de una manera que no es ni superficial ni pasajera.
La educación no está exenta de su influencia y, por eso, es necesario que la familia y la escuela sean lugares de encuentro donde reflexionemos sobre la calidad y credibilidad de las informaciones, explicaciones y justificaciones que damos.