(Maria Dolors Gaja i Jaumeandreu, MN) No sabía yo ni que existiesen. Y el nombre, que desde luego suena a esos nombres que casi no tienen entidad propia, ni raíz latina o griega, da testimonio de que es un invento reciente.
Entré, por puro azar, en una de esas tiendas que tienen también un nombre multiusos, «Hogar», que indica que, como en las casas, puedes encontrar cualquier objeto. No recuerdo qué iba buscando, pero me llamaron la atención unas manos abiertas que, a mí, en mi ignorancia, me parecieron decorativas. Las compré. Eran sencillas, pero las manos siempre me han fascinado pues, en cierta manera, son la memoria vital de la persona. Manos callosas en los trabajadores, en los campesinos, manos con quemaduras en cocineros, suaves en intelectuales y músicos, ajadas en ancianos…
Mientras reflexionaba por qué me gustan las manos, llegué al mostrador para pagar y la cajera buscó y rebuscó una etiqueta o un código de barras que le indicara el precio. Nada. Así que usó la voz preguntando, a grito pelado, cuánto valía el vacíabolsillos mediano.
—¿Esto se llama vacíabolsillos? —pregunté asombrada.
—Claro. ¿No quiere un vacíabolsillos, usted? —me respondió la chica.
—En realidad, yo busco unas manos… Unas manos decorativas. ¿Para qué se usan estas? —inquirí de nuevo.
La cajera me miró como si yo fuera de Marte. Y me explicó que, como su nombre indicaba, es para dejar todo lo del bolsillo —que suele pesar mucho,
aclaró— en ese objeto al llegar a casa o a la mesa de trabajo.
Total, que salí de la tienda con un máster sobre tipos de vacíabolsillos. Hay bandejitas, manos, animales huecos, hojas gigantes… Todo para una tarea sencilla y necesaria: vaciar el bolsillo.
No sé si quien lee estas líneas lleva muchas cosas en el bolsillo. Yo sí, yo voy como mula con alforjas, lo reconozco. Y cada noche vacío los bolsillos, aunque, como ni sabía de la existencia de los vacíabolsillos, lo dejo sobre la mesa de mi habitación.
Cuando los bolsillos no se vacían bien, algo acaba en la lavadora: una moneda, un pañuelo —malo si es desechable—, una tarjeta, una nota… Y aquella noche, después del gesto cotidiano de vaciar mis bolsillos, pensé que el alma es como un bolsillo en el que, día a día, dejamos que penetren sentimientos, inquietudes, rebeliones, apegos, protestas, quejas, envidias, malos humores, celos, ilusiones, proyectos, sueños, desengaños… ¡Y tantas experiencias de la vida, buenas y malas!
¿Y no es necesario también vaciar el alma para dejar que la paz la acune y pueda levantarse como nueva? Y si lo que uno ha ido cargando durante el día —o durantetoda la vida— es tristeza y dolor… ¿No es maravilloso saber que puedes dejar toda esa pesadumbre en manos de Alguien?
¡Qué suerte tenemos los creyentes, por Dios! Porque ese Dios, a quien hemos dado títulos tan pomposos como Rey de reyes y cosas por el estilo, se conforma con ser nuestro vacíabolsillos personal. Ese Dios espera con ansia que llegue la noche para recibir en sus manos ese problema, ese dilema, ese miedo que nos atormenta. Dejar en manos de Dios lo que nos pesa es señal de confianza por nuestra parte, de amor inmenso por la suya. Seguramente, al día siguiente recobraremos el problema, el dolor y la inquietud, como recobramos las llaves y la carterita cada mañana.
Pero pasados por las manos de Dios, el problema, el dolor y la inquietud pesan, sorprendentemente, mucho menos. Hasta que uno descubre que, en realidad, lo que Dios nos pide es que seamos nosotros mismos los que nos pongamos en sus manos, los que durmamos confiados en Él. Dios lo que quiere es que recemos con el salmista: «Yo me acuesto tranquilo y me duermo en seguida, pues tú, Señor, me haces vivir confiado» (Ps 4, 8). Y así, nos centramos en la espiritualidad profunda de Nazaret, que no es otra que la del Abandono.
Vivir abandonados en manos de Dios, ir por la vida con la confianza con la que va un niño en brazos de su padre; dejar en sus manos lo más querido: la familia, los hijos, la vocación, el matrimonio…
Dejar a Dios nuestro pasado y nuestro presente, nuestro futuro y todo sueño pidiendo que se haga en todo su Voluntad. En realidad, ese es un termómetro de nuestro amor a Dios, porque el amor implica confianza total en el Otro. Y todos tenemos la experiencia humana de cuánto nos ha aliviado descargar en alguien lo que nos pesaba en el corazón. José y María, huyendo a Egipto, se durmieron sabiendo que todo estaba en manos de Dios. Ese abandono, esa confianza, los hizo enormemente fuertes, valientes. Y agradecidos.
Vaya que sí, que los creyentes tenemos una suerte inmensa.