«Hoy vengo a hospedarme en tu casa» – Lc 19, 1-10

«Desde entonces el discípulo la acogió en su casa»

  •  Todos: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
  • Lector: Jesús, María y José, Todos: habitad siempre en nuestra casa. Lector: Proteged a nuestra familia
  • Todos: y guiadnos hacia la Casa del Padre, en el Nazaret del cielo.

 

Jesús, momentos antes de culminar toda su obra en este mundo para abrirnos un camino de Vida y de Esperanza entregando su vida al Padre («todo está cumplido», Jn 19, 30), nos regaló a quien le quedaba en este mundo más dentro de su cora- zón: a María, su madre. La entregó a su discípulo más próximo y de mayor confianza (el apóstol san Juan según la tradición). Ambos estaban junto a él, bajo la cruz, en estos momentos tan dramáticos, dolorosos y trascendentales.

 

«Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al dis cípulo al que amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio». (Juan 19, 25-27).

 

• «Y desde aquella hora, el discípulo la acogió como algo propio»: esta es la traduc ción más ajustada al sentido del texto original griego. Ciertamente es un significado más intenso aún respecto al que leemos tradicionalmente, el de «la acogió en su casa». Y para nosotros, discípulos de Jesús, es una llamada a acoger a María en nuestra vida cristiana, pero también a quienes conviven con nosotros «en nuestra casa», «como algo propio».

 

• Acoger a la Madre de Jesús en nuestra casa «como algo propio», no es solamente, ni debe ser, un simple acto devocional, sino asumir el ejemplo de vida que de María nos muestra el Evangelio:

  • Aceptación de la voluntad del Señor: «Soy la sierva del Señor».
  • Disponibilidad, humildad: «Que se cumpla en mí según tu palabra».
  • «No tienen vino»: atenta a captar las dificultades del prójimo.– «Haced lo que Él os diga»: sintonía con Jesús.
  • Superar los simples vínculos humanos («yo soy su madre») y aceptar de ponerse en camino de fe siguiendo a Jesús creyendo en Él como el Hijo de Dios y Sal vador, tras oír de sus labios que «El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre». (Mt 12, 50).

 

Para pensar y para dialogar con Jesús en casa

• El gesto de Jesús desde la cruz nos invita a hacer muy nuestros los momentos de sufrimiento y dificultad de nuestros seres queridos. Con la presencia, el afec to, el apoyo, la ayuda. Compartir el dolor de los demás, solidifica la confianza mutua y el amor familiar. Es fuente de paz y de gratitud.

 

• Acompañar y vivir con caridad cristiana los trances de angustia, sufrimiento y muerte, hacen revivir en nuestra «iglesia doméstica» la escena del Calvario, con Jesús crucificado, la Madre dolorosa y el discípulo amado que «la recibió como algo propio».

 

• Acoger a María en casa, en nuestra familia, «como algo propio», nos abre a la íntima convivencia con el Hijo, Jesús: Ella también nos acoge en el Hogar don de vive ahora, después de la Pascua: «la casa del Padre» (Jn 14, 17), junto a su esposo san José, con el «discípulo amado» y con Jesús, nuestro Hermano, Salvador y Redentor.

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