JOSEP M. BLANQUET, SF – Se han hecho muchos balances del pontificado del recientemente fallecido papa Francisco. ¡Que en la gloria esté! Era ciertamente una personalidad rica y supo responder a los retos de esos años.
A nosotros, como a otras revistas e instituciones, nos place subrayar un aspecto que puede parecer, de entrada, devocional, pero que no lo es, si creemos en el designio eterno de Dios y analizamos la situación general de la sociedad. El misterio de salvación encerrado en la Sagrada Familia de Nazaret, Jesús con María y José, y en cada uno de sus miembros, tiene un alcance religioso, moral y social que no se puede —ni se debe— soslayar.
El papa Francisco lo había entendido desde siempre. Por ello, ya en la primera y programática Exhortación apostólica Evangelii gaudium (2013), fijó su mirada en María de Nazaret, «la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura» (286); ella es «la Madre del Evangelio viviente» (287), «es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás “sin demora”» (288).
Más tarde, en la Exhortación apostólica Amoris laetitia (2016), otorga una notable prestancia a la Familia Sagrada de Nazaret. La presencia de la Sagrada Familia, y la precisión de mirar hacia ella por parte de las familias cristianas, se aduce ya desde el primer capítulo, cuando se trata de la misión educadora de los padres. «Ante cada familia —afirma el Papa en el n.o 30— se presenta el icono de la familia de Nazaret, con su cotidianidad hecha de cansancios y hasta de pesadillas, como cuando tuvo que sufrir la incomprensible violencia de Herodes».
«La encarnación del Verbo en una familia humana, en Nazaret, conmueve con su novedad la historia del mundo. Necesitamos sumergirnos en el misterio del nacimiento de Jesús, en el sí de María al anuncio del ángel, cuando germinó la Palabra en su seno; también en el sí de José, que dio el nombre a Jesús y se hizo cargo de María… Este es el misterio de la Navidad y el secreto de Nazaret, lleno de perfume a familia» (65). «La alianza de amor y fidelidad, de la cual vive la Sagrada Familia de Nazaret, ilumina el principio que da forma a cada familia, y la hace capaz de afrontar mejor las vicisitudes de la vida y de la historia» (66).
Devoción particular demostró el papa Francisco hacia san José. «Yo quiero mucho a san José —dijo en Manila el 2015—, porque es un hombre fuerte y de silencio». Siendo arzobispo de Buenos Aires, emitió en la televisión cinco reflexiones sobre san José, al que presenta como un hombre sencillo y justo, un instrumento de Dios que juega un papel discreto, pero fundamental en la historia de la salvación. Llegaron luego varias disposiciones litúrgicas, como añadir el nombre de san José, detrás de la mención a la Virgen María y antes de los apóstoles, en las plegarias eucarísticas III y IV.
La homilía de la Misa de comienzo de su pontificado, en la que se leyó el evangelio de Mt 1, 24, que afirma que «José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado», renovar las letanías a san José, etc. Y algunos textos doctrinales, como las Cartas apostólicas Admirable signum (2019) y Patris corde (2021), y otras muchas referencias en las homilías y catequesis. «En san José —concluía la homilía del 2013— vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo».