EL PAPEL DE LA IGLESIA EN EL ÁMBITO DE LA EDUCACIÓN NACE de su misma naturaleza. La «misión» de la Iglesia es el seguimiento de la persona de Jesús y la vivencia y proclamación de su mensaje de amor y salvación, «buena noticia» para el mundo. Esta misión y compromiso, que está en su misma razón de ser, es ya «educativa» en el sentido de que ofrece una serie de principios y valores para orientar la propia vida con un propósito claro: crecer como personas íntegras que se reconocen «hijos y hermanos» en Jesús de Nazaret.
Desde las primeras comunidades cristianas, de acuerdo con el entorno cultural y los modos educativos, se ha desarrollado esta misión de «evangelizar y educar» que, a lo largo de los siglos, ha ido evolucionando en paralelo a la labor de la familia y a otras instituciones e iniciativas sociales. Un principio que está en el corazón de la actividad de la Iglesia es la centralidad de la persona, en su capacidad de aprender y de enseñar, de acumular conocimiento y transformar la realidad, de «adaptarse y transformar», generación tras generación, el entorno, la realidad, el mundo. Por este principio, la Iglesia ha tratado siempre de «encarnarse» en la realidad para transformarla desde dentro.
En íntima relación con ello, la Iglesia ha buscado transmitir la fe y, con ella, conocimientos, cultura, historia, arte, ciencia… un modo de vivir. Y esto, en el fondo, es educación. Hacerlo en comunión con la familia es fundamental. Porque esta transmisión pide siempre un acto de amor, un vínculo afectivo que lleva a compartir vida, experiencias, conocimientos, descubrimientos, saberes, costumbres… Por eso, los padres son siempre los primeros responsables e interesados en la educación de los hijos, pues transmiten no solo ni primariamente un saber, sino un modo de ser, de comprender el mundo, de situarse en la realidad según sus convicciones, cualidades y posibilidades…
La iniciativa de crear escuelas, universidades, instituciones que transmiten conocimientos de forma organizada, ha estado siempre en el corazón de la Iglesia, particularmente cuando no existían sistemas educativos que garantizaran el acceso a la educación de todos; desde las antiguas escuelas monásticas, allá por el siglo V, que realizaron una extraordinaria labor cultural y de preservación del saber, hasta las mismas universidades, pasando por escuelas rurales, de iniciativa social… Es una realidad histórica que se mantiene hasta nuestros días, particularmente en lugares donde solo la Iglesia se hace presente.
Muchas congregaciones religiosas, como la nuestra, nacieron precisamente para evangelizar a través de la educación, la cultura, la familia en momentos históricos en los que no todos, especialmente los más pobres, tenían acceso a la educación. Miles de familias siguen confiando a instituciones de la Iglesia la educación de sus hijos, conscientes de que la educación que ofrecen es coherente con los principios y valores que ellos viven y quieren para ellos. La centralidad de la persona en su dignidad inalienable como hijo de Dios, la libertad responsable, el desarrollo de todas las potencialidades que cada uno tiene y descubre en sí mismo, el acompañamiento cercano, la orientación al bien común, la integración en la realidad social y la fraternidad y solidaridad, valores profundamente evangélicos, así como el permanente contacto con la familia, ayudan a ello.
J.D.A.