El tiempo de pandemia que seguimos viviendo entre la esperanza (principalmente por la llegada de las vacunas) y la incerteza (porque los tiempos de recuperación de la normalidad deseada se alargan) nos ha recordado, entre otras muchas cosas, la necesidad de “cuidarnos personalmente” para poder “cuidarnos unos a otros”. Este cuidarnos está muy ligado a la atención por el otro, a la ternura, a la “custodia” del hermano. Dios confió a San José, recuerda el Papa, la misión de “custodiar” a María y a Jesús (“José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer”, Mt 1,24), misión que se alarga después a toda la Iglesia: “Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo” (S. Juan Pablo II). Y José ejerce esta “custodia” no de forma paternalista o autoritaria, sino con discreción, con humildad, en silencio, con una presencia constante y una fidelidad total. Desde su matrimonio con María, hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor.
Esta “custodia” podemos ejercitarla “todos con todos”, pues es, esencialmente, preocuparse el uno por el otro en la familia, en la escuela y en la sociedad. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Ser custodios de los dones de Dios se alarga, además, a toda la creación manifestándose en el respeto por todas las criaturas y por el entorno en el que vivimos. Cuando no nos preocupamos de los demás, ni de la creación, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se vuelve árido y seco, buscamos solo nuestro propio interés. Pero, además, es bueno recordar que esa misión de “custodiar” bien entendida, realizada de forma discreta, es la que, en fondo, posibilita la vida tal y como la conocemos y vivimos. La mayoría de los cuidados y servicios quedan, paradójicamente, ocultos y con frecuencia olvidamos valorar y agradecer a las personas que nos cuidan. Seguramente en muchos casos, este olvido y falta de agradecimiento por tantos servicios que no se ven, pero nos sostienen, no es un acto deliberado sino fruto del desconocimiento, el descuido o cierta indiferencia, pero no olvidemos que la vida se manifiesta cada vez que descubrimos que somos fruto, también, de los innumerables e impagables cuidados que hemos recibido. En medio de la crisis de paternidad y de autoridad que vive nuestro mundo San José nos recuerda que la autoridad no es buscar protagonismos o reconocimientos sino favorecer, “custodiar” y ayudar en el crecimiento de los demás, por eso es un servicio que nace del amor a las personas y de la fidelidad a la propia misión y responsabilidad. Es un modelo de autoridad ejemplar vivida en el amor, la fidelidad y el sentido de responsabilidad que Dios le ha confiado
J.D.A.