Acoger la vida es acoger el don de Dios, un don llamado a alcanzar la plenitud de su ser, un don, fundamento de los demás dones que adornan la existencia humana. La vida nos ha sido dada, ofrecida y necesita ser acogida con amor. Y, sin embargo, teniendo firme esta convicción, con frecuencia nos movemos entre grandes contradicciones en el modo de concebir, acoger y proteger la dignidad de la vida humana y de entender qué significa realmente el progreso auténticamente humano. Es verdad y enormemente positivo que somos sensibles cada vez más ante los dramas humanos, las guerras y las víctimas de cualquier forma de violencia; manifestamos nuestra repulsa a actitudes insolidarias, racistas, discriminatorias; nos rebelamos contra cualquier forma de explotación… y, sin embargo, casi sin darnos cuenta, de un modo casi desapercibido, «aceptamos» que la vida, en sus inicios y en su término, cuando es más frágil y vulnerable, cuando está sujeta a la enfermedad o la dependencia, pueda ser no querida ni valorada, rechazada y, además, lo interpretamos como un signo de «progreso». No negamos en ningún momento la «complejidad del vivir» pero creemos que cada vida humana es pensada y amada por Dios desde siempre y en todas las circunstancias. Por eso, valoramos el ejemplo y el esfuerzo de quienes acogen a los más débiles de la tierra y protegen a los seres más indefensos.
Y es que cuidar la vida, especialmente en los momentos de debilidad, vulnerabilidad… es un testimonio de humanidad. Custodiar la vida humana es custodiar su dignidad inalienable y luchar contra todo aquello que la disminuye (aborto, maltrato, esclavitud, violencia, trata, guerras…) educando en una cultura integral del cuidado. La protección jurídica de la vida que va más allá de criterios económicos, utilitaristas, ideológicos y debe estar garantizada por todos los responsables y autoridades públicas porque es un bien fundamental. Solo hay futuro cuando hay apertura a la vida y se cuida y protege a la familia y a los más vulnerables de la sociedad; cuando se ama la vida en todas sus etapas, momentos, situaciones… siendo testigos de su belleza como don de Dios que hemos recibido. La persona, cada persona, está llamada a amar y ser amada en plenitud. Aquí radica el secreto de la propia felicidad.
Las comunidades cristianas han de ponerse siempre al lado de la vida, de los más necesitados e indefensos, porque ha de mostrar a todos, el amor de Dios, un amor que es siempre fuente de luz, de cuidado, de cercanía, de protección, de ayuda. Nos recordamos que Dios «ha venido para darnos vida y vida en abundancia» (Jn 10, 10). Y, en esta misma línea, la escuela ha de educar siempre para acoger y acompañar en todas sus etapas la vida que no vale por su «utilidad o eficacia o productividad» sino por lo que «es», por su «dignidad intangible», su valor inestimable, único, irrepetible, valioso más allá de las circunstancias en las que se desenvuelve o la consideración social: la vida es siempre un bien. Feliz Navidad y un año 2024 lleno de vida y bendiciones para todos.