Entre líneas

Guardar cambios

Cuando el paciente lector —así decían los clásicos— que lea estas líneas vea el tema, pensará que voy tarde, que ya pasaron los días de revisar el año anterior y hacer buenos propósitos para el nuevo, que se han dicho muchas cosas ya y mejores que las que diré… Sí, pero permitidme que siga haciendo lo que hasta ahora he hecho: contar lo que yo leo entre líneas como palabra de Dios.

Como tantos otros, paso muchas horas en el ordenador. Soy simple usuaria, pero mal que bien acabas familiarizándote con su «lenguaje». Y en año nuevo una pregunta habitual de este trastito indispensable me golpeó: ¿guardar cambios?

Acababa de perfeccionar y retocar un texto y no diré yo que fuera la obra de la Sagrada Familia, pero a nadie le gusta perder una tarde de trabajo. Así que, sí, guardé los cambios. Y de repente pareció que Alguien me preguntara: ¿guardas los cambios de 2023?

Puede parecer, a veces, que, alcanzada una cierta edad, uno no cambia tanto. Pero no es cierto, siempre estamos cambiando. Quizá los cambios son menos perceptibles que en la adolescencia o que en esos momentos vitales en los que uno toma una opción de vida que le cambia totalmente: se casa, decide ser religioso, cambia definitivamente de país… Pero cambiamos, ya lo creo, porque forma parte de nuestra naturaleza y se presupone, además, que ese cambio debe ser para bien. Porque, como decía san José Manyanet, el no ir hacia adelante en la virtud es ir hacia atrás.

Llegada a este punto me pregunté qué cambios personales guardaría de este año 2023. En qué he mejorado un poquito, en qué aspecto he avanzado un pelín… Y ya puestos, vamos a hacerlo bien: en el aspecto personal piensa un cambio que guardarías, uno conseguido con tu constancia, tu esfuerzo… Y haz lo mismo en el aspecto familiar: ¿qué no quisieras perder de lo vivido este año?, ¿qué guardarías? Piensa también en el aspecto profesional… Y ahora, quizá porque los festejos de fin de año no ayudan mucho a ello, pon atención a la dimensión espiritual: ¿qué cambios guardas? ¿En qué has crecido? ¿En qué ha mejorado tu relación con Dios?

También podemos fijar nuestra mirada en el «no guardar» y preguntarnos, en esos mismos aspectos, qué desecharíamos. En la vida, la opción de no hacer nada —cancelar— no existe…

Sea como sea, guardar los cambios requiere atención. Alguna vez, pocas, le he dado, distraída, a «no guardar»… y se ha perdido todo el trabajo. También la vida espiritual necesita atención. Mis alumnos creen que la atención es algo que solo se necesita para estudiar mejor, sacar buenas notas. Y sí, por supuesto, ¡pero necesitan mucha más atención para conocerse ellos mismos! Sin atención uno no puede crecer. Sin atención los dones, los talentos, los regalos y oportunidades que Dios nos da se pierden fácilmente. María es ejemplo de atención a lo esencial. Los psicólogos y entendidos alertan de la que ya llaman «la generación de cristal». Pero ¿cómo pueden ser fuertes unos niños que viven en
permanente distracción? Sin atención nunca se conocen, nunca oyen la voz de su conciencia, nunca oyen la voz de Dios…

Debo decir que yo nunca fui amante de los exámenes de conciencia que tanto nos inculcaban a algunos de pequeños. Recuerdo que una vez me explicaron el método que sugería san Ignacio para hacer cada día el examen de conciencia y quedé espantada del trabajo que daba aquello. Probablemente, no lo entendí, claro. Pero he aprendido cuánto valora san José Manyanet el examen de conciencia al que dedica todo un capítulo en su libro «El espíritu de la Sagrada Familia». Os dejo algunas de sus sentencias: Sabe el malvado que el examen bien hecho es como una lámpara en un lugar obscuro que alumbra y deja ver cuanto dentro de él se encierra. Examinar la conciencia es trabajar para conocerse a fondo, y conocerse bien es verse tal cual uno es delante de Dios…Y ese examen de conciencia tiene un objetivo claro: conseguir la reforma del corazón y saber emplear con provecho el tiempo de la vida.

Pues bien, en la era de las prisas, o para aquellos que tan pronto se acuestan se duermen, sugiero una pregunta breve e incisiva: ¿qué guardaría del día de hoy? Y me daré cuenta, si me ejercito, que guardaré el amor infinito de Dios, su misericordia y ternura, su cercanía, su Palabra… Y guardaré los buenos gestos de las personas cercanas, las palabras amables, las sonrisas, el amor que me tienen. Guardaré también mis pequeños aciertos y logros, mi amor un poco más entrenado, mis esperanzas… Y al guardar todo esto le estaré dando a «no guardar» las pequeñas o grandes peleas, las rencillas, las palabras hirientes… Y no guardaré tampoco ese dolor en mi corazón, ese pequeño rencor, esa mediocridad…

¡Sí, toda mi vida va a depender de lo que yo quiera guardar cada noche! ¡Pon atención y no te equivoques!

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