Con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro el pasado día 24, vigilia de Navidad, se inició el año santo, año jubilar 2025 bajo el lema: «Peregrinos de esperanza». El sentido del jubileo, en la línea de la tradición judía, está marcado por la importancia del perdón de los pecados, la liberación material y espiritual, el “descanso” de la tierra»… y de modo particular, el jubileo 2025, subraya la importancia de la virtud, humilde pero fundamental, de la esperanza. Nuestra realidad, sometida a tantos desafíos, puede llevarnos a asumir actitudes de desaliento y, por ello, es necesario renovar y mantener viva la luz de la esperanza «que no defrauda» (cf. Rom 5, 5).
La esperanza es un don porque nos la ofrece Dios. No es un acto de mero «optimismo» por conseguir ciertos objetivos en la vida sino confiar siempre, y en toda circunstancia, en la salvación de Dios que nos ha sido ya dada por la muerte y resurrección de Jesucristo. Ese amor es el que da «sabor y sentido» a nuestra vida y constituye el gozne por el que nos mantenemos en pie. Es pues, acoger ese don de Dios, sentirnos amados por Él que, en su encarnación, ha compartido y comparte nuestra vida de cada día.
Es pues, acoger ese don de Dios, sentirnos amados por Él que, en su encarnación, ha compartido y comparte nuestra vida de cada día
Pero la esperanza es también una tarea que tenemos el deber de cultivar y poner en valor para el bien de todos y que no es otra que la de permanecer fieles al don recibido. Por ello, vivir la esperanza requiere mantener el corazón abierto a Dios y los ojos atentos a la realidad del mundo; saber discernir, en las diferentes situaciones, las pruebas de la esperanza, de lo posible en medio de lo imposible, de la gracia allí donde el mal erosiona toda confianza. La esperanza hecha de signos concretos puede abrir horizontes impensables.
El papa Francisco cuenta la siguiente experiencia: «Hace algún tiempo tuve la oportunidad de dialogar con dos testigos excepcionales de la esperanza, dos padres: uno israelí, Rami, y otro palestino, Bassam. Ambos han perdido a sus hijas en el conflicto que ensangrienta Tierra Santa desde hace ya demasiadas décadas. Pero sin embargo, en nombre de su dolor, del sufrimiento que sintieron por la muerte de sus dos pequeñas hijas —Smadar y Abir— se han convertido en amigos, más aún, en hermanos: viven el perdón y la reconciliación como un gesto concreto, profético y auténtico. Conocerlos me dio tanta, tanta esperanza. Su amistad y fraternidad me enseñaron que el odio, concretamente, puede no tener la última palabra. La reconciliación que experimentan como individuos, profecía de una reconciliación mayor y más amplia, es un signo invencible de esperanza».
Somos invitados a descubrir los pequeños signos de esperanza que vemos a nuestro alrededor: la ternura en la familia; la escucha en la escuela; una amabilidad encontrada en el lugar de trabajo
Somos invitados a descubrir los pequeños signos de esperanza que vemos a nuestro alrededor: la ternura en la familia; la escucha en la escuela; una amabilidad encontrada en el lugar de trabajo; un gesto de ayuda, aunque sea pequeño. La esperanza es, en efecto, una «virtud infantil», como escribió Charles Péguy. Y, en ocasiones, tenemos que volver «a ser niños», manteniendo la capacidad de «asombro» ante la realidad para poder conocerla, amarla y descubrir todo lo bueno que existe a nuestro alrededor. Entonces nuestro corazón se iluminará de «esa luz en la noche» que es la esperanza.